Escribo para procesar lo que siento y de alguna manera calmar las mil voces de mi cabeza, básicamente desde que aprendí a escribir. Sé que parece una exageración teniendo en cuenta que aprendemos a leer y escribir entre los 5 y los 7 años. Pero en mi caso es un hecho real.
No tengo recuerdos concretos igual de cuándo sucedió, ni por qué. O tal vez, alguna noción del por qué sí la tengo, pero no sé cuándo exactamente empecé a hacerlo.
Mi papá pasó a otro plano cuando yo tenía cinco años. La misma edad en la que estaba aprendiendo a leer. A los seis cuando estaba aprendiendo a escribir oraciones con sentido ya, empecé a escribirle cartas. Cartas escritas a mano o en la computadora y algún dibujo de mi familia, con el particular detalle de que a papá le ponía alas. Se las llevaba al cementerio cuando lo visitaba, no conservo ninguna de esas cartas, la mayoría se arruinó con el sol y la humedad del nicho y las terminaba tirando con las flores marchitas.
Sin embargo, este verano después de las fiestas, estaba en la casa de mi mamá como siempre y encontré algo diferente que escribí. Era la letra de una canción, de la misma época, asumo por mi letra que no tenía más de 7 u 8 años. Hablaba del sufrimiento que yo estaba pasando. Algo que no recuerdo, pero que en el fondo de mi ser, sé que lo viví, y que cuando lo viví tuve que escribirlo.
Antes de este verano, siempre contaba que yo escribo desde siempre porque sí me acuerdo disfrutar de las tareas de Lengua del colegio donde tenía que escribir cuentos e historias y de mis diarios de la infancia. Y ahora sé que esa solo es una parte de mi verdad. Yo escribo porque lo disfruto sí, y también escribo porque lo necesito, porque es algo que me ayuda a surfear mi tsunami emocional.
Y aunque no era consciente de eso, es así desde que aprendí a escribir.
Eso no quiere decir que soy de esas personas que escriben todos los días. Mi amor por la escritura es constante y lo puedo encontrar y re-encontrar a lo largo de los años mirando para atrás., pero mi hábito como tal no lo es. Y está bien que así sea, la vida es un sube y baja constante de movimiento y cambio.
Hasta los 8 o 9 escribí cuentos y cartas principalmente. En séptimo grado descubrí la escritura de poesía, y aunque fue amor a primera vista, por alguna razón no me creí digna de seguir por ese camino. Después vino el desamor turbulento de la adolescencia donde escribía textos y canciones para liberar todo lo que sentía y no podía decir. Algunos me animé a compartirlos en las notas de facebook (se me cae el DNI por este comentario, ja) y otros siguen secretos en mis cuadernos de la década de los 2000.
A los 18 me fui de intercambio a Alemania y ese fue el año que más pude serle fiel a la escritura como hábito, porque no quería que la memoria diluya de a poco lo que estaba viviendo y no recordar los detalles de lo cotidiano. A veces escribía todos los días, a veces me ponía al día una vez por semana. Llené tres cuadernos en ese viaje, y tantos años después siguen siendo un tesoro volver a leerlos y espiar a la que fui cuando estaba despertando a la vida.
Por eso escribo, y me animaría a decir que todos los que escribimos, escribimos más o menos por las mismas razones desde que la humanidad inventó la palabra escrita. Escribimos para recordar y contar nuestra historia, para crear mundos, para transitar emociones y también transformarlas, para tener un espacio donde ser libremente lo que somos, donde nuestras sombras no sean juzgadas, donde nuestros deseos sean cumplidos o al menos tenidos en cuenta, donde somos entendidos, donde nuestra voz puede expresarse sin tapujos. Donde nuestra voz importa.
Cuando escribimos le damos un espacio a nuestra voz, la reconocemos, la escuchamos. ¿Cuántas veces vamos por la vida escuchando las voces de los demás pero no la propia? En el papel en blanco no nos queda otra que enfrentarla.
Tal vez sea por eso que a veces nos alejamos de la escritura y no sabemos bien por qué. Sabemos conscientemente que escribir nos hace bien y lo disfrutamos pero procrastinamos, lo pateamos para después y no tenemos tiempo. En mi caso todas esas razones siempre son pura mierda. Lo único que hago es evitar sentarme a escribir porque de una manera muy retorcida, no quiero escucharme. O no estoy preparada para escucharme decir mi verdad y poner los puntos sobre las i. Después de tantos años de idas y venidas, creo que estoy en condiciones de decirlo.
Siempre es la misma historia. Lo postergo, lo pateo, lo dejo de lado hasta que literalmente mi mano y mi brazo derechos me empiezan a incomodar, como si algo necesitara liberarse de ahí y me llena de incomodidad y urgencia. Hasta que se hace tan insoportable que siento que la única salida es sentarme con mi cuaderno y una lapicera.
Y llega el alivio.
Escribimos para ordenar el quilombo de nuestras mentes, y con un lápiz y paciencia ordenar como lo hacíamos con las cintas enredadas de los cassettes de los 90s. Escribimos para que ese cassette tenga sentido otra vez y diga algo coherente. Escribimos para poder volver a escuchar la música.
Escribimos también para crear y gozar en el proceso. Estoy completamente en contra del discurso que sólo enaltece la creatividad si viene cargada de sufrimiento de alguna manera. Escribir me conecta con la vida, me hace apreciarla tres veces, una cuando la vivo, otra cuando la escribo y otra cuando la leo.
Cuando me enchufo a la consciencia que me dicta la palabras que escribo siento que el pecho se me expande, que un fueguito interno que estaba ahí medio dormido, empieza a crecer de nuevo y me llena de calor y de vida. Incluso cuando escribo de cosas tristes, el fuego no me miente, sé que esto es lo que amo hacer con mi vida.
p/d: Siempre me sentí bastante sola con mi amor por la escritura. Qué bueno saber que somos muchos y estamos acá! Amaría saber cómo, porqué y cuándo empezaron a escribir y por qué siguen haciéndolo, los abrazo!
Que bonito, me identifique en muchas cosas. Gracias por compartirte 🫀🤍